Devoro la belleza de tu rostro:
el compacto del polvos, colorete,
algo de negro rimel de pestañas,
el sombreado de párpados y crema
facial. En ti saben a pan angélico.
Arribo a la pintura de tus labios
que consumo anhelante y te arrebato
decenas de microbios deliciosos
que tu lengua transporta hasta la mía.
Y desde tus arroyos de saliva
mi beso se desliza por tu cuerpo
sorbiendo las bacterias que pululan
sobre tu bodycream y el tembloroso
rocío de tus gotas de sudor.
Y dejas, por fin, libres e incitantes
las sendas que conducen a tus sales
vaginales o llevan a tus heces.
Y me deleito en tus ofrendas máximas.
Me pregunto, no obstante, quién tú seas,
pues no eres esa máscara que pones
a mi disposición. Mas no investigo.
A esa no tú que muestras yo la adoro
y es la que deseo al ir contigo.
José María Fonollosa.
Del libro "Ciudad del hombre: Nueva York".
domingo, 10 de agosto de 2008
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